MINISTERIO
DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN
U.E.
“COLEGIO TERESA TITOS”
MÉRIDA
ESTADO MÉRIDA
Estimado representante le saludo muy cordialmente y
espero que se encuentren bien. A continuación, se encuentra nuevo contenido, continuación del proyecto y
una serie de actividades de contingencia sugeridas por el cuerpo directivo de
la institución como plan de acción ante la inseguridad y difícil accesibilidad
que existe en las inmediaciones de la misma; aunado a la reiterativa
inasistencia presentada por parte de los(as) estudiantes.
Esperando que sean efectuadas con disposición y compromiso por parte del
estudiante.
ACTIVIDADES
ESCOLARES 6TO GRADO
SEMANA
DEL 24 – 03 AL 28 – 03
PROFESORA:
Luz Elena Marquina Deán
Proyecto
Continuación
del trabajo escrito sobre “La Adolescencia”, el cuál debe estar siendo
realizado en hojas blancas y a mano; cuidando la escritura, márgenes (4cm
izquierdo, 4cm superior, 3cm derecho y 3cm inferior), orden y todos los
aspectos formales de la lengua escrita.
Durante
esta semana van a investigar:
- El
aparato reproductor femenino y masculino.
- Enfermedades
de transmisión sexual.
- El
embarazo en adolescentes.
NOTA:
cada aspecto investigado debe ser ilustrado.
Lenguaje
1.- Realiza poco a poco durante
ésta semana la Lectura del “Príncipe Feliz” de Óscar Wilde y luego la siguiente
actividad:
a.- Un análisis personal de
lo que trata la lectura y cuál es su importancia.
b.- Indica 6 sufijos y 6
prefijos presentes en el texto.
c.- Señala cuáles son los
signos de puntuación que aparecen en la lectura.
d.- De acuerdo a lo
trabajado en clase señala que tipo de texto es y por qué?
e.- Busca en el diccionario
6 palabras del texto leído de las cuales desconozcas su significado.
f.- Realiza un dibujo del
texto.
EL PRÍNCIPE FELÍZ
En
la parte más alta de la ciudad, sobre una pequeña columna, se alzaba la estatua
del Príncipe Feliz.
Estaba
revestida por completo de hojas de oro fino. Tenía, a modo de ojos, dos
centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.
Esto
la hacía ser muy admirada.
—Es
tan hermoso como una veleta —observó uno de los miembros del Concejo que
deseaba granjearse una reputación como conocedor en arte.
—Claro
que no es tan útil —añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco
práctico.
Y
realmente no lo era.
—¿Por
qué no eres como el Príncipe Feliz? —preguntaba una madre cariñosa a su hijito,
que pedía la luna—. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a
gritos.
—Me
hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz
—murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.
—Verdaderamente
parece un ángel —decían los niños del colegio al salir de la catedral, vestidos
con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.
—¿En
qué lo conocen —replicaba uno de sus profesores— si no han visto nunca un
ángel?
—¡Oh!
Los hemos visto en sueños —respondían los niños.
Y
el profesor fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía
aprobar que unos niños se permitiesen soñar.
Una noche una golondrinita voló sin descanso
hacia la ciudad.
Seis semanas antes sus amigas habían partido
para Egipto; pero ella se quedó atrás.
Estaba enamorada del más hermoso de los
juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río
persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal
modo, que se detuvo para hablarle.
—¿Quieres
que te amé? —dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.
Y
el junco le hizo un profundo saludo.
Entonces, la Golondrina revoloteó a su
alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata.
Era su manera de hacer la corte. Y así
transcurrió todo el verano.
—Es
un enamoramiento ridículo —gorjeaban las otras golondrinas. Ese junco es un
pobretón y tiene realmente demasiada familia.
Y,
en efecto, el río estaba completamente cubierto de juncos.
Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas
emprendieron el vuelo.
Una vez que se fueron, su amiga se sintió muy
sola y empezó a cansarse de su enamorado.
—No
sabe hablar —decía ella—. Y además temo que sea inconstante, porque coquetea
sin cesar con la brisa.
Y,
realmente, cada vez que soplaba la brisa, el junco multiplicaba sus más
graciosas reverencias.
—Veo
que es muy casero —murmuraba la Golondrina—. A mí me gustan los viajes. Por lo
tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.
—¿Quieres
seguirme? —preguntó por último la Golondrina al junco.
Pero
el junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.
—¡Te
has burlado de mí! —le gritó la Golondrina—. Me marcho a las Pirámides. ¡Adiós!
Y
la Golondrina se fue.
Voló durante todo el día y al caer la noche
llegó a la ciudad.
—¿Dónde
buscaré un abrigo? —se dijo—. Supongo que la ciudad habrá hecho preparativos
para recibirme.
Entonces
divisó la estatua sobre la pequeña columna.
—Voy
a cobijarme allí —gritó—. El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco.
Y
se dejó caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.
—Tengo
una habitación dorada —se dijo quedamente, después de mirar en torno suyo.
Y
se dispuso a dormir.
Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he
aquí que le cayó encima una pesada gota de agua.
—¡Qué
curioso! —exclamó—. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas están
claras y brillantes, ¡y, sin embargo, llueve! El clima del norte de Europa es
verdaderamente extraño. Al junco le gustaba la lluvia, pero en él era puro
egoísmo.
Entonces
cayó una nueva gota.
—¿Para
qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? —dijo la Golondrina—. Voy a
buscar un buen alero de chimenea.
Y
se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una
tercera gota.
La Golondrina miró hacia arriba y vio... ¡Ah,
lo que vio!
Los ojos del Príncipe Feliz estaban inundados
de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro.
Su faz era tan bella a la luz de la luna, que
la Golondrinita se sintió llena de piedad.
—¿Quién
eres? —preguntó.
—Soy
el Príncipe Feliz.
—Entonces,
¿por qué lloras de ese modo? —Preguntó la Golondrina—. Me has empapado casi.
—Cuando
yo estaba vivo y tenía un corazón de hombre —replicó la estatua—, no sabía lo
que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, donde
no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en
el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se
alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de
ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban
el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la
felicidad. Así viví y así morí, y ahora que estoy muerto me han elevado tanto,
que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque
mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.
"¡Cómo!
¿No es de oro de buena ley?", pensó la Golondrina para sus adentros, pues
estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre
las personas.
—Allí
abajo —continuó la estatua con su voz baja y musical—, allí abajo, en una
callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella
puedo ver a una mujer sentada ante una mesa. Su rostro está enflaquecido y
arrugado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la
aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe
lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la
Reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene
fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso
llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no quieres llevarle el rubí del puño de mi
espada? Mis pies están sujetos al pedestal y no me puedo mover.
—Me
esperan en Egipto —respondió la Golondrina—. Mis amigas revolotean de aquí para
allá sobre el Nilo y conversan con los grandes lotos. Pronto irán a dormir al
sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey está allí en su caja de madera, envuelto en
una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de
jade verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas.
—Golondrina,
Golondrina, Golondrinita —dijo el Príncipe—, ¿no te quedarías conmigo una noche
para ser mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la madre!
—No
creo que me agraden los niños —contestó la Golondrina—. El invierno último,
cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos mal educados, los hijos del
molinero, no paraban un momento de tirarme piedras. Claro que no me alcanzaban.
Nosotras, las golondrinas, volamos demasiado bien para eso y además yo
pertenezco a una familia célebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una
falta de respeto.
Pero
la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se quedó
apenada.
—Aquí
hace mucho frío —le dijo—, pero me quedaré una noche contigo y seré tu
mensajera.
—Gracias,
Golondrinita —respondió el Príncipe.
Entonces
la Golondrinita arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y llevándolo en
el pico, voló sobre los tejados de la ciudad.
Pasó sobre la torre de la catedral, donde
había unos ángeles esculpidos en mármol blanco.
Pasó sobre el palacio real y oyó la música de
baile.
Una bella muchacha apareció en el balcón con
su novio.
—¡Qué
hermosas son las estrellas —le dijo él— y qué poderosa es la fuerza del amor!
—Querría
que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial —respondió ella—. He
mandado bordar en él unas pasionarias, ¡pero son tan perezosas las costureras!
Pasó
sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos.
Al fin llegó a la pobre vivienda y echó un
vistazo dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camita y su madre se había
quedado dormida de cansancio.
La Golondrina entró a la habitación y puso el
gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó
suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.
—¡Qué
fresco más dulce siento! —murmuró el niño. Debo estar mejor.
Y
cayó en un delicioso sueño.
Entonces la Golondrina se dirigió a todo vuelo
hacia el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.
—Es
curioso —observó ella—, pero ahora casi siento calor y, sin embargo, hace mucho
frío.
Y
la Golondrinita empezó a reflexionar y entonces se durmió. Cuantas veces
reflexionaba, se dormía.
Al despuntar el alba voló hacia el río y tomó
un baño.
—¡Notable
fenómeno! —exclamó el profesor de ornitología que pasaba por el puente—. ¡Una
golondrina en invierno!
Y
escribió sobre aquel tema una larga carta a un periódico local.
Todo el mundo habló de ella.
"Esta
noche parto para Egipto", se decía la Golondrina.
Y sólo de pensarlo se ponía muy alegre.
Visitó todos los monumentos públicos y
descansó un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia.
Por todas partes a donde iba piaban los
gorriones, diciéndose unos a otros:
—¡Qué
extranjera más distinguida!
Y
esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe
Feliz.
—¿Tienes
algún encargo para Egipto? —le gritó—. Voy a emprender la marcha.
—Golondrina,
Golondrina, Golondrinita —dijo el Príncipe—, ¿no te quedarás otra noche
conmigo?
—Me
esperan en Egipto —respondió la Golondrina—. Mañana mis amigas volarán hacia la
segunda catarata. Allí el hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios
Memnón se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante
toda la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegría y luego calla. A
mediodía los rojizos leones bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son
verdes aguamarinas y sus rugidos más atronadores que los rugidos de la
catarata.
—Golondrina,
Golondrina, Golondrinita —dijo el Príncipe, allá abajo, al otro lado de la
ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa
cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas.
Su pelo es negro y rizado, y sus labios, rojos como granos de granada. Tiene
unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director
del teatro, pero siente demasiado frío para escribir más. No hay fuego ninguno
en el aposento y el hambre le ha rendido.
—Me
quedaré otra noche contigo —dijo la Golondrina, que tenía realmente buen
corazón—. ¿Debo llevarle otro rubí?
—¡Ay!
No tengo más rubíes —dijo el Príncipe—. Mis ojos es lo único que me queda. Son
unos zafiros extraordinarios traídos de la India hace un millar de años.
Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, comprará alimentos y
combustible y concluirá su obra.
—Amado
Príncipe —dijo la Golondrina—, no puedo hacer eso.
Y
se echó a llorar.
—¡Golondrina,
Golondrina, Golondrinita! —dijo el Príncipe—. Haz lo que te pido.
Entonces
la Golondrina arrancó el ojo del Príncipe y voló hacia la buhardilla del
estudiante. Era fácil penetrar en ella porque había un agujero en el techo. La
Golondrina entró por él como una flecha y se encontró en la habitación.
El joven tenía la cabeza hundida en sus manos.
No oyó el aleteo del pájaro y cuando levantó la cabeza vio el hermoso zafiro
colocado sobre las violetas marchitas.
—Empiezo
a ser estimado —exclamó—. Esto proviene de algún rico admirador. Ahora ya puedo
terminar mi obra.
Y
parecía completamente feliz.
Al día siguiente la Golondrina voló hacia el
puerto.
Descansó sobre el mástil de un gran navío y
contempló a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos
cabos.
—¡Ah,
iza! —gritaban a cada caja que llegaba al puente.
—¡Me
voy a Egipto! —les gritó la Golondrina.
Pero
nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.
—He
venido para decirte adiós —le dijo.
—¡Golondrina,
Golondrina, Golondrinita! —exclamó el Príncipe—. ¿No te quedarás conmigo una
noche más?
—Es
invierno —replicó la Golondrina— y pronto estará aquí la nieve glacial. En
Egipto calienta el Sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en
el barro, miran perezosamente los árboles, a orillas del río. Mis compañeras
construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las
siguen con los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejarte, pero no
te olvidaré nunca y la primavera próxima te traeré de allá dos bellas piedras
preciosas para sustituir las que regalaste. El rubí será más rojo que una rosa
roja y el zafiro será tan azul como el océano.
—Allá
abajo, en la plazoleta —contestó el Príncipe Feliz—, tiene su puesto una niña
vendedora de fósforos. Se le han caído al arroyo, estropeándose todos. Su padre
le pegará si no lleva algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias
ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y
su padre no le pegara.
—Pasaré
otra noche contigo —dijo la Golondrina—, pero no puedo arrancarte el ojo porque
entonces te quedarías ciego del todo.
—¡Golondrina,
Golondrina, Golondrinita! —dijo el Príncipe—. Haz lo que te mando.
Entonces
la Golondrina arrancó el segundo ojo del Príncipe y emprendió el vuelo,
llevándoselo.
Se posó sobre el hombro de la pequeña
vendedora de fósforos y deslizó la joya en la palma de su mano.
—¡Qué
bonito pedazo de cristal! —exclamó la niña.
Y
corrió a su casa muy alegre.
Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia
el Príncipe.
—Ahora
estás ciego. Por eso me quedaré contigo para siempre.
—No,
Golondrinita —dijo el pobre Príncipe—. Tienes que ir a Egipto.
—Me
quedaré contigo para siempre —repitió la Golondrina.
Y
se durmió entre los pies del Príncipe. Al día siguiente se colocó sobre el
hombro del Príncipe y le narró lo que había visto en países extraños.
Le habló de los ibis rojos que se sitúan en
largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la
Esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de
los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas
de unos rosarios de ámbar, en sus manos; del rey de las montañas de la Luna,
que es negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran
serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual están encargados de
alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que
navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y están siempre en
guerra con las mariposas.
—Querida
Golondrinita —dijo el Príncipe—, me cuentas cosas maravillosas, pero más
maravilloso aún es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio
más grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que
veas.
Entonces
la Golondrinita voló por la gran ciudad y vio a los ricos que se festejaban en
sus magníficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas.
Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas
caras de los niños que se morían de hambre, mirando con apatía las calles
negras.
Bajo los arcos de un puente estaban acostados
dos niñitos abrazados uno a otro para calentarse.
—¡Qué
hambre tenemos! —decían.
—¡No
se puede estar tumbado aquí! —les gritó un guardia.
Y
se alejaron bajo la lluvia.
Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue
a contar al Príncipe lo que había visto.
—Estoy
cubierto de oro fino —dijo el Príncipe—, despréndelo hoja por hoja y dáselo a
niños pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerles felices.
Hoja
por hoja arrancó la Golondrina el oro fino, hasta que el Príncipe Feliz se
quedó sin brillo ni belleza.
Hoja por hoja lo distribuyó entre los pobres y
las caritas de los niños se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron
por la calle.
—¡Ya
tenemos pan! —gritaban.
Entonces
llegó la nieve y después de la nieve el hielo.
Las calles parecían empedradas de plata por lo
que brillaban y relucían.
Largos carámbanos, semejantes a puñales de
cristal, pendían de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubría de pieles
y los niños llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.
La pobre Golondrinita tenía frío, cada vez más
frío, pero no quería abandonar al Príncipe: lo amaba demasiado para hacerlo.
Picoteaba las migas a la puerta del panadero
cuando éste no la veía, e intentaba calentarse batiendo las alas.
Pero, al fin, sintió que iba a morir. No tuvo
fuerzas más que para volar una vez más sobre el hombro del Príncipe.
—¡Adiós,
amado Príncipe! —murmuró—. Permíteme que te bese la mano.
—Me
da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrinita —dijo el
Príncipe—. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en
los labios, porque te amo.
—No
es a Egipto adónde voy a ir —dijo la Golondrina—. Voy a ir a la morada de la
Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, verdad?
Y
besando al Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.
En el mismo instante sonó un extraño crujido
en el interior de la estatua como si se hubiera roto algo.
El hecho es que la coraza de plomo se había
partido en dos. Realmente hacía un frío terrible.
A la mañana siguiente, muy temprano, el
alcalde se paseaba por la plazoleta con los concejales de la ciudad.
Al pasar junto al pedestal, levantó los ojos hacia
la estatua.
—¡Dios
mío! —exclamó—. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!
—¡Sí,
está verdaderamente andrajoso! —dijeron los concejales de la ciudad, que eran
siempre de la opinión del alcalde.
Y
levantaron ellos también la cabeza para mirar la estatua.
—El
rubí de su espada se ha caído y ya no tiene ojos ni es dorado —dijo el
alcalde—. En resumidas cuentas, está lo mismo que un pordiosero.
—¡Lo
mismo que un pordiosero! —repitieron a coro los concejales.
—Y
tiene a sus pies un pájaro muerto —prosiguió el alcalde—. Realmente habrá que
promulgar un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.
Y
el secretario del ayuntamiento tomó nota de aquella idea.
Entonces fue derribada la estatua del Príncipe
Feliz.
—¡Al
no ser ya bello, de nada sirve! —dijo el profesor de estética de la
universidad.
Entonces
fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió al Concejo en sesión
especial para decidir lo que debía hacerse con el metal.
—Podríamos
—propuso— hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.
—O
la mía —dijo cada uno de los concejales. Y acabaron en una feroz discusión.
—¡Qué
cosa más rara! —dijo el oficial primero de la fundición—. Este corazón de plomo
no quiere fundirse en el horno; habrá que tirarlo como desecho.
Los
fundidores lo arrojaron al mismo montón de basura donde yacía la golondrina
muerta.
—Tráeme
las dos cosas más preciosas de la ciudad —dijo Dios a uno de sus ángeles.
Y
el ángel le llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.
—Has
elegido bien —dijo Dios—. En mi jardín del Paraíso este pajarillo cantará
eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.
2.- Investiga y ejemplifica
qué son textos legales y descriptivos.
NOTA:
Las
actividades deben ser realizadas en hojas de examen previamente identificadas y
organizadas)
Matemáticas
Lee los siguientes conceptos de Raíz Cuadrada y Raíz
Cúbica, observa los ejemplos y realiza los siguientes ejercicios prácticos en
la medida de lo posible:
Raíz
Cuadrada: la raíz cuadrada de un número da como
resultado otro número que, multiplicado por el mismo, da como resultado el
número que está dentro del símbolo de la raíz.
Ejemplos: 2√25=
5 2√16=
4 2√81= 9
5 x 5 = 52 =
25 4 x 4 = 42 =
16 9 x 9 = 92 =
81
Raíz
Cúbica: la raíz cúbica de un número da como
resultado otro número, que elevado al cubo (multiplicado por sí mismo 3 veces)
da como resultado la cantidad que está dentro del símbolo de la raíz.
Ejemplos:3√8=
2 3√125=
5 3√27=
3
2 x 2 x 2 = 23 = 8 5 x 5 x 5 = 53 = 125 3 x 3 x 3 = 33 = 27
Ejercicios
Prácticos:
1.- Halla la raíz cuadrada y
cúbica de los siguientes ejercicios:
a.- 2√4 d.- 3√216
b.- 2√36 e.- 3√64
c.- 2√64 f.- 3√343
NOTA:
-
La actividad de matemáticas debe ser
realizada en hoja de examen previamente identificada y de manera organizada.
-
Sr Representa
dichas actividades deben ser entregadas en el colegio entre los días 27 y 28 de
Marzo en horario comprendido de 8:00 a 10:00 am
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